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ÍNTER-NÓS, Centro Andaluz de Mediación
, con sede en Málaga, es una Entidad constituida por profesionales expertos en mediación, para promover la solución extrajudicial de controversias de toda índole.

A tal efecto, con la participación de destacados profesionales del ámbito jurídico, psicológico, mercantil, educativo, e institucional, se crea el Reglamento de Mediación del Centro y las Cláusulas Contractuales de actuación, donde se fijan las bases del procedimiento de mediación que asumirán las partes que se someten al mismo.

El Centro Andaluz de Mediación tiene además como objetivo la divulgación de la Mediación en todos los ámbitos sociales, así como la formación de profesionales mediadores, suscribiendo a tal efecto acuerdos de colaboración con distintas Universidades, Colegios Profesionales y Organismos Públicos.

María Merino Nogales (Coordinadora Centro Andaluz de Mediación)

miércoles, 18 de mayo de 2011

HIJOS Y COPATERNIDAD RESPONSABLE

HIJOS Y  COPATERNIDAD RESPONSABLE
Cuántas veces nos hemos preguntado, los que ahora somos adultos, por qué nuestros padres no nos consultaron en su día antes de tomar decisiones que nos afectaban directamente. Hablo de a qué colegio enviarnos, por qué cortarnos el pelo “a la taza”, pintar nuestro cuarto del color que mas odiábamos o asistir todos los domingos a la comida familiar. Estas ñoñerías  y  otras que no lo eran tanto, nos venían impuestas por quienes entendían que aquello era lo mejor para nosotros. Sin embargo, en muchas ocasiones, estas decisiones tomadas por otros en nuestro nombre, en cuestiones que podemos considerar intrascendentes, nos dejaban un regusto amargo, de insatisfacción, cuando no de frustración.
Es comprensible, que cuando uno no tiene lo que se viene a llamar uso de razón, no se le haga partícipe de aquellas decisiones que le afectan y que, aun habiendo adquirido ya ese raciocinio, ese grado de madurez que nos faculta para tomar ciertas decisiones, tampoco se nos consulte sobre todas y cada una de las cuestiones que nos atañen; pero sí esperamos que se tome en consideración nuestra opinión cuando se decide sobre nuestra vida futura, nuestros afectos, nuestras necesidades más íntimas.
Quienes han vivido de pequeños la separación de sus padres quizás entiendan mejor a qué me refiero: A ese sentimiento de orfandad que provoca el desmoronamiento del entorno habitual, a la inseguridad de no saber si detrás de ese cambio vendrán otros, en tropel, hasta acabar con el mundo conocido, a la frustración de no entender nada y de no recibir respuesta a ninguna de esas preguntas que sólo formulas en tu cabeza.
La ruptura de la pareja con hijos no significa la ruptura de la familia sino su  transformación en una nueva estructura, cimentada en el vínculo paterno filial. Esa transformación pasará por cambios estructurales severos: nuevo domicilio, reajuste de la economía, horarios para ver a nuestros hijos…, acompañados de un lógico desajuste  o pérdida del equilibrio emocional: incertidumbre ante el futuro, angustia, soledad, depresión, miedo.
Todos estos elementos, inherentes a la ruptura, al cambio, pueden llegar a minar hasta tal punto la personalidad de los afectados, que les convierte en otros, en otras personas: irascibles, desconfiadas, egoístas, vengativas… Porque nos duele, duele la pérdida o el engaño o las expectativas frustradas o la mirada del otro y, a veces, el dolor es tan intenso que nubla nuestra razón. Entonces, lo único que queremos es que alguien decida por nosotros, como sea, pero de manera que podamos asentarnos en una nueva realidad en la que no tengamos que decidir. El problema es que esas decisiones tomadas por otros, para nuestro bien momentáneo, devendrán en un corto espacio de tiempo en insuficientes, cuando no en infructuosas y generadoras de nuevas frustraciones
Cuando en esta espiral de sin razón,  los padres arrastramos a los menores a nuestro cargo, a nuestros hijos, la cuestión no es baladí. Porque ellos no se han divorciado de nosotros, ni han dejado de amarnos, ni nos odian hasta el punto de no querer volver a vernos, ni quieren que suframos hasta el infinito y más allá… Ellos se mimetizan con el entorno, como los camaleones, y sienten el mismo miedo que nosotros, sólo que multiplicado por el desconcierto de no saber qué está sucediendo y trasladando la falta de información veraz, a desesperadas preguntas sin respuestas: ¿Por qué ya no me quiere mi padre o mi madre? ¿Se han separado por mi culpa? 
No estamos hablando de qué color quiere nuestro hijo que pintemos su cuarto, si de verde o de azul. Si preguntásemos a nuestros hijos cómo quieren seguir viviendo, los más pequeños seguramente contestarán: como antes. ¿Como antes de qué, de que dejasen de quererse los adultos, de que el padre se fuese de casa, de que no pudieran ver a los abuelos, de que mamá llorase todo el día, de que la nevera estuviese siempre casi vacía…? Los hijos más mayores probablemente contestarían: queremos vivir en paz.
La ruptura afectiva de la pareja con hijos, puede ser tan traumática como cada cual se proponga. Y digo bien, se proponga. El cómo se llegó a la ruptura, una vez acaecida ésta, no es ya relevante. El tiempo y las fuerzas que empeñamos en buscar un culpable, lo sustraemos de emplearlo en lo que es crucial ahora: cómo abordar la vida futura, como adultos corresponsables de nuestros hijos, de su bienestar.
¿Os habéis puesto alguna vez en el lugar de vuestros hijos cuando los trasladáis a los puntos de encuentro con el padre o la madre? ¿Habéis imaginado cómo se sienten en el momento de la entrega o la recogida? Con toda probabilidad estas son actuaciones forzadas para cuestiones de fondo sin resolver, que se van posponiendo en el tiempo a la espera de que alguien, ajeno al problema, las resuelva por nosotros.
Ninguna norma legal nos va a enseñar a ser padres y nadie como nosotros sabe qué es lo mejor para nuestros hijos, lo que la ley llama “el interés superior del menor”. La realidad nos muestra que en un elevado número de casos de  divorcios o separaciones de pareja, el interés superior de ambos progenitores no son los hijos, sino el desgaste del otro, ganarle la partida aún a costa del propio menor, del hijo, que queda olvidado  y convertido en un objeto más de negociación, como los muebles, el coche o la casa.
Elaboremos un plan de futuro desde el consenso, no desde la venganza, o el odio. Pensemos cómo queremos vivir hoy para poder tener un mañana con hijos sanos física y emocionalmente. Construyamos sobre la realidad existente y no sobre un pasado que es irrecuperable. Actuemos desde la voluntad de resolver por nosotros mismos en  nuestro beneficio y el de aquellos a quienes queremos. Nuestros hijos nos lo van a agradecer eternamente y nosotros, con toda probabilidad, seremos más felices.
María Merino Nogales
Coordinadora del Centro Andaluz de Mediación 

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