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ÍNTER-NÓS, Centro Andaluz de Mediación
, con sede en Málaga, es una Entidad constituida por profesionales expertos en mediación, para promover la solución extrajudicial de controversias de toda índole.

A tal efecto, con la participación de destacados profesionales del ámbito jurídico, psicológico, mercantil, educativo, e institucional, se crea el Reglamento de Mediación del Centro y las Cláusulas Contractuales de actuación, donde se fijan las bases del procedimiento de mediación que asumirán las partes que se someten al mismo.

El Centro Andaluz de Mediación tiene además como objetivo la divulgación de la Mediación en todos los ámbitos sociales, así como la formación de profesionales mediadores, suscribiendo a tal efecto acuerdos de colaboración con distintas Universidades, Colegios Profesionales y Organismos Públicos.

María Merino Nogales (Coordinadora Centro Andaluz de Mediación)

sábado, 14 de mayo de 2011

MUCHO MÁS QUE UN ACUERDO

MUCHO MÁS QUE UN ACUERDO
La mediación es un camino recorrido en común, voluntaria y conscientemente, por dos partes que no han encontrado una solución a aquello que les distancia/une. Lo curioso de esta andadura es que se consiguen romper las leyes de la física, esas que dicen que dos líneas paralelas son aquellas que discurren sin tocarse jamás. A través de la mediación a veces se consigue que los caminos paralelos, las posturas distantes, vayan acercándose hasta concurrir en uno a varios puntos en común, esos que posibilitarán el o los acuerdos.
Obviamente la tarea no es fácil, principalmente porque el punto de partida dispar no propicia ni tan siquiera el encuentro, tanto de las voluntades de querer resolver mediante el diálogo, como el físico de sentarse en torno a una mesa. Superado este primer envite, esta primera toma de decisión motivada que nos conduce a abrir la puerta del diálogo, encontramos el siguiente escollo: cómo alcanzar puntos de encuentro donde sólo vemos discrepancia, crispación, culpables. Siempre es el otro el causante de nuestros males, siempre es el otro el que debe cambiar de postura, siempre es el otro…
Alejarse o al menos aparcar por un momento la propia percepción de las cosas, para intentar “ponerse en los zapatos del otro”, requiere querer. Es una redundancia fructífera más allá del resultado. Querer querer, significa abrir la puerta que nos mantenía en una habitación con el aire viciado, ahogados, y respirar de nuevo oxígeno puro, llenar los pulmones y liberar toxinas. Sólo nosotros podemos abrir esa puerta, si queremos. Mientras permanecemos en nuestra cueva, con la puerta atrancada con mil escusas-candado, no somos conscientes de que nos estamos quedando sin aire, de que el que respiramos está cada vez más enrarecido. No somos capaces de ver que nuestra cerrazón no sólo no beneficia a nadie, sino que nos perjudica a nosotros mismos, hasta acabar con nuestro último aliento.
Querer hablar para ver qué resolvemos, abrir esa primera puerta al diálogo, es en sí mismo un paso importantísimo. Es un ejercicio de voluntad, consciente, con un objetivo no pernicioso que nos predispone a la acción. Es en ese primer estadio de la mediación, cuando las partes con posturas encontradas deciden buscar una solución dialogada, donde comienza la magia de este proceso. A través de las sesiones y con la ayuda del mediador, iremos abriendo más puertas y cerrando otras, intentando encontrar aquella que nos conduce a un lugar mutuamente satisfactorio. Si lo que pretendemos encontrar es aquella salida que refuerce nuestra postura e inhiba la del otro… estaremos en el lugar equivocado.
En mediación no siempre se lograrán acuerdos en todo lo controvertido, a veces sólo llegaremos a encuentros parciales, sobre algunas de las cuestiones en disputa, pero serán nuestros logros, nuestra voluntad la que conseguirá hacernos salir de ese atolladero. Nadie nos va a imponer qué debemos o no hacer, por lo que, aquello que decidamos, tendrá un alcance temporal y de satisfacción muy superior a la decisión arbitraria de un tercero.
La experiencia de los mediadores confirma que una vez concluido el proceso de mediación, los implicados en él, se sienten más satisfechos no sólo con los acuerdos alcanzados, sino con ellos mismos. Te despojas de un lastre que te impedía avanzar, enfocas la vida mirando al futuro, no sumido en el pasado. Esa liberación personal repercute en el devenir de tu vida en general, porque la insatisfacción que provoca un problema no resuelto contamina todas las parcelas cotidianas, afectando nuestro trabajo, las relaciones de pareja, las relaciones sociales…
Por tanto, cuando decimos que la mediación es mucho más que un acuerdo nos referimos a los elementos que configuran la esencia misma del proceso. Ese acto de voluntad que impulsa el diálogo está arropado por la confidencialidad de todas las actuaciones, nada de lo que opines, digas o muestres en las sesiones podrá ser usado en tu contra, lo cual es una garantía que favorece y facilita la comunicación. Las partes trabajarán sobre objetivos fijados de común acuerdo, es decir, tratarán aquello que realmente les importa, preocupa o necesitan. El clima de respeto en que se desarrollan las sesiones impide que las partes se sientan perturbadas tanto física como emocionalmente. La neutralidad e imparcialidad del mediador en su labor de hilo conductor del diálogo y la búsqueda de alternativas, garantiza la equidad de los acuerdos que alcancen las partes. El mediador no juzga las posturas de los mediados, ni intenta inclinar la balanza hacia una u otra parte.
Con todos estos elementos, únicos en un proceso de solución de conflictos, tan distintos de los que impregnan los órdenes jurisdiccionales, los acuerdos serán o no el resultado pero el camino en sí es siempre un ejercicio de voluntad fructífero para las partes.
María Merino Nogales

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